El auge de las Nuevas Tecnologías en las últimas décadas ha generado importantes cambios en nuestra sociedad y en prácticamente todas las áreas. Es innegable el reconocimiento de los beneficios que se obtienen de un uso ordenado y adecuado de éstas; estas herramientas nos permiten comunicarnos de una manera más rápida, nos permiten desarrollar habilidades mediante aplicaciones varias, nos abren las puertas al conocimiento y a la información, nos facilitan el trabajo y el estudio y un largo etcétera. Pero nos preocupa la forma en que las utilizamos. En poco tiempo, estas herramientas tan beneficiosas han entrado en nuestras vidas y de una forma brusca.
El primer problema que, con el paso del tiempo, nos hemos encontrado ha sido lo que denominados brecha digital. De esta forma, actualmente podemos hablar de dos “bandos”, los ‘Nativos Digitales’ y los ‘Inmigrantes Digitales’. Hablamos de nativos digitales (Prensky, 2001) cuando hacemos referencia a personas que han nacido a partir de la denominada Era Digital, definiéndolos como personas que han nacido a partir del año 1990 y poseen una configuración psicocognitiva diferente que les permite asimilar con mayor rapidez el uso de las nuevas tecnologías como Internet, dispositivos móviles, etc. Por otra parte, cuando hablamos de ‘Inmigrantes Digitales’ nos referimos a aquellas personas que han tenido que adaptarse a estas herramientas, encontrándose con grandes dificultades. Es así como se ha generado lo que denominamos brecha digital, la desigualdad entre las personas que pueden tener acceso o conocimiento en relación a las nuevas tecnologías y las que no pueden hacerlo o presentan dificultades para hacerlo de una manera eficaz, generando importantes problemas de comunicación y de convivencia en muchos casos.
Son muchos los problemas que esta brecha puede ocasionar en nuestra sociedad, pero principalmente me preocupa uno de ellos; el impacto que tiene el uso de las Nuevas Tecnologías en la comunicación familiar. Son muchos los padres y madres que pasan por consulta haciendo referencia a los problemas de convivencia que han aparecido en casa desde que “sus hijos tienen móvil”. El motivo de consulta es ese “el móvil ha cambiado a mi hijo, nos está distanciando”, y mi respuesta es siempre la misma ¿y quién tiene la responsabilidad?, vamos a analizarlo. Evidentemente, hay que hacer un pequeño paréntesis para hablar de la adolescencia, ese período crítico, que abarca aproximadamente desde los 11 a los 18 años de edad, tan desconcertante como necesario para desarrollar la personalidad en cada individuo. Las necesidades de los adolescentes distan mucho de las de los adultos. Es esto lo primero que hay que entender, tú actuabas de una forma determinada (y nunca comprendida por los adultos que te rodeaban) cuando tenías 15 años porque vivías en un contexto diferente al actual. Del mismo modo, tu hijo actúa de una forma determinada (que tú no comprendes, ¡ahora eres el adulto!) porque vive en el contexto actual. Las necesidades psicológicas de los adolescentes se centran principalmente en su entorno social (del que te excluye actualmente, normal, seguramente tú también lo hacías con los tuyos), en crear su propia identidad, en formar su ser, su yo, en ser él o ella. Tanto es así que te habrás dado cuenta de que tu hijo/a se ha convertido en una persona egoísta, con muchos cambios de humor, que sólo tiene interés en hablar con sus amigos (cuyas opiniones pueden ser desacertadas pero son las que ganan por goleada) y en coquetear con sus amiguitos/as, por poner algunos ejemplos. ¿Te recuerda a algo? Sí, ¿verdad? Nosotros hicimos lo mismo, con una gran diferencia, no teníamos teléfonos móviles para conseguirlo con tanta rapidez. He aquí la cuestión, el teléfono móvil no cambia las fases por las que tiene que pasar un adolescente en su transición a la vida adulta, le facilita la interacción social, y eso en un adolescente, puede convertirse en una auténtica bomba.
Pero, ¿el móvil sólo cubre las necesidades del adolescente?, ¿cómo usa el teléfono móvil el adulto? Mi objetivo es que cuando leas esto, reflexiones, ¿es justo que me queje porque mi hijo usa mucho el móvil? ¿Por qué yo lo uso en la mesa “por trabajo” pero obligo a mi hijo a no usarlo? ¿Sólo hacen un uso excesivo los adolescentes? Los adultos también usamos el teléfono móvil, y lo hacemos, en muchas ocasiones, de una manera tan descontrolada como nuestros adolescentes. Ellos son esponjas, no nos tienen en cuenta para tomar decisiones (al menos no tanto como nos gustaría) pero si repiten nuestras conductas. Somos el espejo en el que se miran, por lo tanto, ¿y sí probamos a hacer un uso responsable, a adoptar unas normas de uso compartidas entre todos los miembros de la familia? Posiblemente consigamos aquello que llevamos tanto tiempo pidiendo a nuestros hijos, un uso responsable del teléfono, no sólo para él/ella sino también para nosotros.
Los hijos son nuestra responsabilidad, ¡eduquémonos juntos en el uso responsable de las Nuevas Tecnologías!