Cerebro y emoción
Desde hace siglos el interés por el estudio de las emociones ha provocado que sean miles las orientaciones que tanto su concepción como ubicación han recibido; desde los cuatro humores de Hipócrates hasta la influencia de la astrología en las mismas.
En un inicio, se pensaba que las emociones debían estar dominadas por la razón, ya que era justamente eso lo que diferenciaba a los seres humanos del resto de seres vivos: la racionalidad. Además, desde muy pronto se adquirió la suposición de que las emociones necesariamente debían estar separadas del cuerpo, y por supuesto del cerebro, dándole un halo de misterio y relacionándolas directamente con el alma.
Al inicio del S.XX, cuando entra en juego el estudio de pacientes lesionados, todas estas teorías empiezan a perder fuerza. En este momento se estableció una correlación entre un daño en el cerebro y las capacidades mermadas, las deficiencias emocionales y en el comportamiento. De este modo se pudo establecer de forma objetiva la relación entre varias zonas cerebrales y las competencias de la inteligencia emocional y social.
Los estudios en esta línea demuestran que existen por tanto circuitos cerebrales concretos que se encargan de nuestra inteligencia emocional, y que esos circuitos son diferentes a los encargados de otras competencias o capacidades humanas como pueden ser las habilidades verbales, matemáticas o incluso nuestra personalidad.
En un estudio concreto llevado a cabo por Bar-on, se demostró que en la amígdala, un centro nervioso ubicado en la parte media del cerebro, junto con otras zonas del hemisferio derecho, se definían como la base de la inteligencia emocional. De hecho, en pacientes con lesiones en esta zona del cerebro se detectaron dificultades como una pérdida de autoconciencia emocional, teniendo dificultades para ser consientes de sus propios sentimientos y comprenderlos.
Desde este momento, por tanto, se entiende que las emociones forman parte de la cognición y se forman a partir del cerebro; pero esto no conlleva que tengamos por tanto que reducirlas a reacciones químicas, redes o estructuras cerebrales; siendo las emociones reacciones tan importantes y complejas, que marcan nuestra existencia, nuestras relaciones e incluso condicionan nuestras vivencias.