A pesar del esfuerzo que hayan podido mostrar nuestros padres o cuidadores, todos nos encontramos con heridas emocionales que se han originado en nuestra infancia.
¿Qué es una herida emocional?
Las heridas emocionales, son lesiones psíquicas que tienen su origen en nuestra niñez más temprana y que van a tener un gran peso en como posteriormente nos desenvolvamos como adultos y en el desarrollo de nuestra personalidad.
En nuestro proceso de crecimiento personal, algunas heridas las vamos sanando, pero hay otras que se van quedando infectadas y que van a provocar que nos comportemos de forma desadaptativa, precisamente para evitar el dolor intenso que nos produce. Si adoptamos comportamientos para evitar el dolor, no lo resolveremos y haremos que se vaya enquistando cada vez más dentro de nosotros.
Imagínate un hecho que te genere una emoción intensa: dolor, rabia, soledad, ira, miedo, tristeza…, y que eres incapaz de salir de esa emoción. Si no tenemos las herramientas necesarias para afrontar estas emociones, corremos el riesgo de “acostumbrarnos” a sentirlas y no resolverlas.
Nuestras heridas psicológicas no resueltas, se pueden apreciar con múltiples expresiones: ansiedad, actitud defensiva, pensamientos obsesivos, problemas del sueño, etc. y los factores que determinan el peso o fuerza de la herida emocional son:
• Intensidad del dolor experimentado.
• Frecuencia de la experiencia.
• Calidad de nuestro entorno familiar y social.
• Nuestras propias características personales.
Normalmente, estas heridas funcionan a nivel inconsciente debido a dos motivos:
Sucede en nuestros primeros años de vida, lo que dificulta la toma de conciencia de la experiencia y por ser experiencias vividas muy desagradables para nosotros.
Sin embargo, aunque son derivadas al inconsciente, nos condicionan la vida y pueden originar que tengamos conductas disfuncionales o mecanismos de defensa con el objetivo de evitar vivir nuevamente el dolor, convirtiéndose en una forma desadaptativa en nuestro comportamiento cada día.
¿Por qué surgen las heridas emocionales?
Las heridas emocionales pueden ser producto de situaciones traumáticas (abusos, muerte de algún familiar, malos tratos…), pero pueden originarse también por una distorsión en la interpretación de la realidad en la infancia.
Estas vivencias van a dejar una huella afectiva que, de una forma u otra, termina repercutiendo en el comportamiento del adulto.
Las heridas emocionales que suelen repercutir en nuestra vida como adultos son:
Miedo al abandono
Es una de las heridas emocionales más importantes. Se abre cuando nuestras necesidades afectivas no se cubrieron durante un tiempo mantenido, por este motivo sentimos soledad, desprotección y falta de cariño.
Intentamos conseguir el afecto que nos ha faltado a través de nuestras parejas, amistades o hijos, generando en algunos casos dependencia emocional o en otros casos evitando conectar emocionalmente, para evitar ser abandonados. “Te dejo antes de que tú me dejes a mí”
Tenemos que trabajar sobre el miedo a la soledad, a ser abandonados y sobre el rechazo al contacto físico.
Miedo al rechazo
Esta herida se abre cuando nos hemos sentido rechazados de alguna manera por nuestros padres, familia o iguales en nuestros pensamientos, sentimientos o comportamientos. Lo que va a generarnos la idea de que no somos dignos de amar ni de ser amados, llevándonos al autodesprecio.
Nos encontramos con dificultad para aceptar una crítica y sufrimos cuando alguien no acepta nuestra idea o propuesta. Existe un esfuerzo constante para conseguir el reconocimiento y aprobación de los demás, lo que genera a veces que evitemos las relaciones interpersonales.
Nuestra autoestima se presenta afectada, ya que hay una dependencia total hacia la imagen que tienen los demás de nosotros, necesitando la aprobación y reconocimiento constante.
Tenemos que trabajar sobre nuestros miedos internos y sobre las situaciones que nos generan ese temor.
Humillación
Esta herida se abre cuando nos encontramos con muchas críticas en nuestra infancia, en cuanto a nuestra forma o habilidades para pensar, sentir o hacer las cosas y terminan haciéndolas por nosotros, lo que nos genera sentimientos de inutilidad e incapacidad y nos sentimos inseguros de nosotros mismos.
Normalmente este tipo de situaciones van a provocar el desarrollo de una personalidad dependiente. Un mecanismo de defensa habitual puede ser que nos comportemos de forma egoísta y humillemos a los demás.
Tenemos que trabajar en estos casos nuestra independencia, comprendiendo nuestras prioridades, necesidades y temores.
Traición
Cuando nos hemos sentido traicionados por alguno de nuestros progenitores porque no cumple sus promesas o nos cambian de opinión después de haber pactado algo, puede generarnos desconfianza, ira o envidia por no sentirnos merecedores de lo prometido y de lo que otros tienen.
Nos convertimos en personas controladoras (para obtener seguridad) y normalmente con problemas de confianza en nuestras relaciones interpersonales.
Tenemos que trabajar la paciencia, la tolerancia, así como comenzar un aprendizaje para poder estar solo y delegar responsabilidades.
Injusticia
Esta herida se abre cuando la educación que hemos recibido ha sido autoritaria y fría imponiéndose siempre la forma de hacer y pensar de nuestros padres sin tener en cuenta nuestras necesidades o nuestros intereses.
Normalmente aparecen personalidades con tendencia al orden y al perfeccionismo y nuestras opiniones se transmiten como verdades absolutas encontrándonos con dificultades para aceptar otros puntos de vista.
En estos casos trabajamos la rigidez mental, la autoestima y el autoconcepto, con el objetivo de generar mayor flexibilidad y aumentar la confianza hacia los demás.
Como hemos comentado al principio, todos tenemos heridas emocionales, en mayor o menor medida. Lo más importante es detectarlas y evitar maquillarlas, ya que cuanto más tiempo esperemos a sanarlas, más profundas se harán.
Algunas veces las hemos sanado sin darnos cuenta, fruto de nuestro desarrollo personal, pero no siempre resulta sencillo hacerlo y habrá veces que se quede alguna abierta por el camino.
Por este motivo, debemos tener en cuenta, que se trata de un proceso que podemos trabajarlo de manera personal y mediante ayuda de un psicólogo. Dependerá de varios factores, como la fortaleza que tengamos, nuestra red de apoyo, la intensidad de la herida, etc. En cualquier caso, nos encontraremos con las siguientes fases:
1. Negación.
2. Crisis personal, en la que hacemos consciente nuestra vivencia traumática.
3. La aceptación.
4. Empoderamiento, momento donde ponemos en valor todo nuestro potencial.
Recuerda siempre que, si no actuamos sobre nuestras heridas emocionales, corremos el riesgo de acostumbrarnos y pensar que “somos así”.
Una vez las tenemos localizadas y sabiendo de qué forma estas pueden afectar a nuestro bienestar y a nuestra capacidad para desarrollarnos como personas, ¡podemos comenzar a sanarlas!