La demencia se define como un síndrome progresivo del deterioro global de las funciones cognitivas entre las que se encuentra el deterioro de la memoria y, al menos, el deterioro de otro dominio cognitivo. (Peña-Casanova, 2007).
Esto, traducido a un lenguaje más coloquial, no es más que una serie de dificultades (así cómo pérdida de memoria, dificultad en la capacidad para expresarnos, para comprender…) que tienen una manifestación tan evidente como para condicionar nuestra funcionalidad en el día a día; llegando a entorpecernos en las tareas que hacemos de forma frecuente, como cocinar, las gestiones financieras o el control de la medicación.
Aunque las más frecuentes y conocidas son las demencias causadas por cuadros neurodegenerativos, una demencia, según la definición en la que nos enmarcamos, puede estar provocada por otras agresiones al cerebro, como pueden ser intoxicaciones, traumatismos, enfermedades infecciones o de origen tumoral.

¿Es la demencia una parte común del envejecimiento?
Para cualquier persona el proceso de envejecimiento conlleva una serie de variaciones que, en general, se van acumulando y son las que provocan la cascada de cambios que marcan esta última etapa de nuestra vida. Aunque este es un proceso general y obligatorio para todos nosotros, no todos seguimos la misma trayectoria.
Dentro del proceso del envejecimiento cognitivo, se marcan diferentes caminos y no todos tienen que terminar en demencia. Existe un declinar normal dentro del envejecimiento sano y también trastornos cognitivos leves o moderados de los cuales es importante recalcar que no tienen la categoría de demencias.
¿Cuáles son los tipos de demencia más comunes?
Las demencias se categorizan según la parte del cerebro que muestra la afectación principal. En este caso las demencias se clasifican como corticales si la zona afectada por el proceso degenerativo es la parte más exterior del cerebro, la corteza; o subcorticales si pertenece a las zonas más internas, situadas debajo de la corteza.
Esta clasificación se muestra útil para los profesionales, pero debemos tener en cuenta que el cerebro no se compone de piezas separadas y siempre hay una conectividad entre sus zonas, independientemente de que la afectación primaria se dé en una u otra. Las demencias corticales se muestran de forma más frecuente y son por tanto las más conocidas.
Algunas de las demencias más conocidas son:
- La enfermedad de Alzheimer
- La demencia frontotemporal
- La demencia de cuerpos de Lewy
- Demencia vascular
- Enfermedad de Parkinson
- Enfermedad de Huntington

¿Cómo se trata la demencia?
Aunque los procesos neurodegenerativos no tienen una cura ni existen todavía tratamientos mágicos que logren detener el deterioro, si existe un trabajo importantísimo y fundamental que se puede realizar desde incluso antes del propio diagnóstico para intentar que la persona con demencia pueda llegar a vivir el máximo tiempo posible y en las mejores condiciones.
En estos casos lo ideal es contar con un equipo de profesionales que puedan trabajar mano a mano y con total comunicación para facilitar así cualquier intercambio de información, así como impresiones del caso, siempre orientado a mejorar en la intervención.
Nosotros recomendamos que la persona afectada realice:
- Un trabajo intensivo de rehabilitación cognitiva con el objetivo de mejorar las alteraciones más específicas que puedan afectar en el día a día y en su funcionalidad para el desarrollo de actividades cotidianas.
- Seguimiento con neurología para evaluar posibles cambios durante el transcurso de la enfermedad.
- Terapia psicológica para trabajar la parte emocional. No podemos olvidarnos que la persona evaluada es una persona consciente de sus limitaciones en la mayoría de los casos, lo que provoca en muchos pacientes una importante frustración que junto a la incertidumbre de su futuro puede mermar la salud emocional.
- Si fuese necesario, seguimiento e intervención por parte de psiquiatría valorando el uso de terapia farmacológica en determinadas situaciones y ante determinada sintomatología.
Consejos para la familia
A pesar de que el diagnóstico se le pone a una persona, los profesionales debemos tener en cuenta que hay toda una familia detrás del paciente; valorando también sus necesidades y atendiendo, en la medida de lo posible, todas sus insuficiencias, ya que somos los únicos que podemos guiarles en este camino totalmente nuevo para ellos y sobre el que no tienen por qué tener conocimientos.
En nuestra opinión se hace primordial en primer lugar realizar una correcta psicoeducación a los familiares con el objetivo de que conozcan el síndrome, sepan cuál puede ser su evolución y tratamiento, así como crear unas expectativas realistas sobre el mismo. En este punto es muy importante que resolvamos todas sus dudas, ya que solo así ayudaremos a afrontar la nueva etapa. En segundo lugar, es conveniente tener un seguimiento con la familia para atenderles si lo necesitan en cualquier otro aspecto que pueda verse afectado y derivarlos así a los profesionales que puedan ayudarlos; como puede ser la psicología sanitaria para la parte emocional, o los asuntos sociales comunitarios para cualquier tipo de gestión administrativa. Además, y de forma concreta, debemos atender a aquellas personas que se encargaran del cuidado del enfermo, para intentar que tenga soporte, que no se sientan abandonados y que aprendan también a valorar y practicar su propio autocuidado.

¿Qué hacer si un ser querido sospecha que tiene demencia?
En este tipo de síndromes la detección precoz se hace fundamental para determinar tanto la evolución como el tratamiento de los mismos. Lo ideal cuando hablamos de personas envejecidas es llevar un seguimiento desde el área de neurología para poder detectar cualquier signo de alerta lo más pronto posible. Igualmente, ante cualquier tipo de sospecha de demencia o deterioro en un familiar o conocido, lo principal es realizar una evaluación completa en la que puedan intervenir tanto un neurólogo cómo un neuropsicólogo que puedan realizar las pruebas necesarias.
Prevención
Aunque no hay recetas mágicas con las que se pueda asegurar que evitaremos síndromes de deterioro cognitivo, si podemos intentar facilitarle a nuestro cuerpo un envejecimiento lo más sano posible para así, al menos, ganar en calidad de vida.
Esto pasaría por llevar unos hábitos de vida saludables, cuidándonos nutricionalmente, realizando actividad física, manteniendo las relaciones sociales sanas en la vejez, y sobre todo realizando actividades neurocognitivamente estimulantes durante nuestra vida, como puede ser la lectura, escritura, el interés por el estudio de cualquier tema, tener un plan u objetivo y trabajar sobre el mismo… Esto será lo que nos ayudará a mantener el cerebro sano y a actuar, junto con el resto de variables mencionadas, como escudo protector ante cualquier enfermedad.