Hambre Fisiológica vs Hambre Emocional
Los Trastornos de Conducta Alimentaria (TCA) son trastornos psicológicos graves que conllevan alteraciones de la conducta alimentaria. Las personas afectadas por estos trastornos muestran una fuerte preocupación con su peso, con la imagen corporal y con la alimentación, entre otros.
El abordaje de la psiconutrición en estos casos es imprescindible y consiste en identificar, trabajar y gestionar las diferentes emociones que están presentes en el día a día de nuestra alimentación, con el objetivo final de disfrutar de una alimentación consciente y saludable.
Cuando sentimos que tenemos hambre, mayoritariamente es porque nuestro cuerpo necesita energía, energía que obtenemos a través de los alimentos. Pero la realidad no es siempre así.
Las emociones juegan un papel muy importante sobre el hambre y sobre la elección de los alimentos que consumimos. En la sociedad, las emociones tienen una gran influencia sobre las conductas alimentarias, y generalmente, es más fuerte en personas con obesidad. Cuando estas personas llevan a cabo una dieta y comienzan a poner prohibiciones sobre algunos alimentos es cuando comienzan a sentir un mayor deseo hacia estos alimentos.
Es difícil diferenciar el hambre emocional del hambre fisiológica. Por ello, debemos definir los dos tipos de hambre que más nos acompañan en nuestra rutina. El hambre fisiológica es aquella que procede de una sensación y estímulo interno, es decir, es una sensación fisiológica guiada por las hormonas que me produce apetito y se sacia. Por otro lado, el hambre emocional es aquella que se produce por un estímulo externo o por los propios sentidos como pueden ser la vista, el olfato, mirar la hora, los famosos “me toca”, que te impongan comer, etc.
A continuación, plasmaremos los dos tipos de hambre que existen de una forma más esquemática:
Una vez que hemos identificado ambos conceptos, las personas debemos TOMARLAS como nuestras, es decir, tanto el hambre fisiológica como el hambre emocional forman parte de las personas. Aquí es donde nos encontramos con la mayor dificultad, ya que suele relacionarse el hambre emocional con la ingesta de alimentos únicamente poco saludables en un momento de ansiedad e impulsividad, ocasionando una posterior sensación de culpabilidad y malestar.
Es en este momento donde las personas debemos empezar a conocer que existe otro tipo de hambre emocional. Un hambre que no siente ansiedad y que como resultado final tiene el disfrute del momento, y no la culpa.
La diferencia fundamental entre estos dos tipos de hambre emocional es la decisión. Cuando hay cumpleaños, fechas señaladas, eventos… parece estar permitido comer este tipo de alimentos, por lo que disminuye la sensación de culpabilidad. Esto se debe a que sabemos con antelación lo que va a ocurrir y lo tenemos decidido y organizado. Sin embargo, si consumimos un día de rutina lo mismo que en las ocasiones especiales, entonces aparece la culpa.
La alimentación consiste en una continua toma de decisiones. Y estas decisiones vienen de hacer una parada, identificar qué están experimentando y llevar esta situación a una valoración y preparación. Una vez que se toma la decisión, la culpa no debería aparecer, ya que deben ser consecuentes y aceptar lo que se ha decidido.
Es fundamental que las personas conozcamos desde dónde se toman las decisiones. Debemos saber que contamos con una parte emocional, que nos llevará a creer que la mejor opción es el impulso, lo cual vendrá seguido de la culpa, y contamos también con la conciencia, que se encargará de valorar la situación, identificarla y será capaz de conducir este tipo de hambre emocional hacia un momento agradable.
En muchas ocasiones a las personas se nos olvida que cuidarnos también significa alimentarnos bien. Es decir, preparar y dedicar tiempo a esa comida que vamos a ingerir. Por ejemplo, no es lo mismo comer de pie, desordenado y sin saber qué es lo que realmente estamos comiendo, que prepararnos los alimentos en un plato y comérnoslo sentados en una mesa con un mantel, viendo donde lo vamos a ingerir, sabiendo cómo lo vamos a preparar y sabiendo con quién nos lo vamos a comer. Y esto último es importante resaltarlo, ya que tendemos a comer a escondidas cuando estamos en un momento de impulso o ansiedad. Es fundamental que sepamos que al comer no estamos haciendo nada malo. Repasar desde el principio qué es lo que sentimos y empezar a reconducirlo es lo que hará que nos disminuya esa sensación de querer escondernos por creer que no estamos haciéndolo bien. Es esencial que se trabaje para gestionar la situación. No debe desaparecer el alimento, sino la forma en la que lo ingerimos y la sensación final que nos produce, no lo olvidéis.
Todo esto, paso a paso, os guiará para finalmente acabar tomando decisiones acordes a nuestros objetivos, de manera que modifiquemos o mejoremos la ingesta que se iba a producir en un inicio.
De esta manera, y como conclusión el hambre emocional no debería desaparecer, lo que debe desaparecer es la culpa. El hambre emocional nos proporciona disfrute, nos enriquece, nos acompaña en momentos sociales, y todo esto contribuye al bienestar de las personas.
Una vez tengamos claro todos los conocimientos que hemos tratado, es prioritario que confiemos en nosotros mismos. Sin confianza no hay trabajo, y por tanto, no habrá resultados de bienestar.
No lo olviden: el objetivo no es un físico perfecto, ya que solemos vivir atrapados en estas dinámicas de ansiedad, impulsividad, ingestas calóricas y posterior culpa, debemos trabajar una base segura como objetivo principal.
La consecuencia final será un cambio físico, pero ese no es el foco. Visualizar y reconducir el objetivo constantemente es muy importante para no perder de vista el trabajo real y los resultados que acompañarán a las personas el resto de sus vidas. Habrá tiempo para trabajar con métodos más estrictos y estrategias basadas en conseguir objetivos más centrados en lo físicos, pero cuando las personas se ven atrapadas en el bucle de las relaciones anómalas con la alimentación no es el momento.
Para las personas que poseen un diagnóstico de trastorno de la conducta alimentaria el trabajo de la psiconutrición es fundamental, ya que muchas de las conductas y comportamientos que se manifiestan en estos trastornos vienen precedidos de una falta de identificación, trabajo y gestión de los conceptos desarrollados anteriormente, lo que hace que entren en un bucle del que les resulta muy difícil salir.
El trabajo que hemos mencionado anteriormente unido a la educación nutricional y a la actualización de los conceptos de nutrición es esencial. Tomamos decisiones en base a creencias y aprendizajes, y para que estas decisiones sean cercanas al bienestar, deben estar actualizadas de la mano de un profesional. De esta forma las personas reafirmaran sus conocimientos ante el exceso de información contradictoria que se encuentran, aumentará su seguridad y su criterio, y por lo tanto tomarán decisiones más adecuadas a cada situación individual y personal.
Importante apuntar que un trabajo desde el ámbito nutricional y psiconutricional es un acompañamiento a la psicoterapia que las personas deben llevar en casos de relaciones anómalas con la alimentación o diagnósticos de TCA. Esto asegura un trabajo de base, para así lograr un resultado satisfactorio en las personas, tanto en salud como en bienestar emocional.
Belén Galiani