SEÑALES DE DEPENDENCIA EMOCIONAL
El término dependencia emocional se emplea hoy día de una manera muy laxa en la sociedad. Pero no en todas las relaciones que no funcionan como queremos existe dependencia emocional. Y en otras en las que sí existe, no se es consciente ni se identifica. Por ello, es necesario que estén claras las características de la misma, para poder reconocerla y, en consecuencia, trabajarla.
La dependencia emocional se define por la existencia de un intenso vínculo, de una persona hacia otra, de tal manera que vive sometida y subordinada a ella. Consiste en una relación de desequilibrio y desigualdad en la que uno de los miembros está “al servicio del otro”, y adopta un rol pasivo con el fin de garantizar la pervivencia de esa relación. El rol de la persona dependiente se caracteriza principalmente por su permisividad ante la otra persona, se adapta plenamente a sus deseos y necesidades, incluso en detrimento y perjuicio de los suyos propios.

Esta actitud viene determinada por un miedo al conflicto, necesidad de aprobación y afecto, así como reconocimiento y validación por parte del otro. Las personas dependientes tienen un perfil inseguro, con escasa autoestima y temen estar solas. Además, buscan el reconocimiento externo que no son capaces de obtener por sí mismas, y que necesitan para sentirse bien. No son capaces de ver que son suficiente salvo que el mensaje les venga de fuera.
En contrapartida, encontramos a la otra persona de la cual depende el sujeto con dependencia. Su perfil, por lo general, suele transmitir gran seguridad y confianza en sí misma. De personalidad más definida, que va en aumento a costa de la sumisión del otro miembro. Se empodera del papel principal que le otorga con su actitud pasiva. Por lo que, ambos perfiles se intensifican y retroalimentan cada vez más con el paso del tiempo, y el contraste y la distancia entre ambos es cada vez mayor.
Si hablamos en concreto de la dependencia emocional en la relación de pareja, la característica principal es que se pone la felicidad propia en manos de la otra persona. El sufrimiento va de la mano, pues se llega a tener la sensación de que las emociones no se gestionan propiamente, sino que son consecuencias inevitables del comportamiento del otro miembro de la pareja. En este tipo de relaciones de pareja suele equipararse el amor a la dependencia y, a mayor amor hacia la otra persona, más normalizado queda el sufrimiento que se ha de padecer, y mayor sacrificio del bienestar propio. Considerando esto como una gran muestra de amor, algo bastante alejado de la realidad.
Las relaciones en general, y en concreto las de pareja, han de ser recíprocas, equilibradas y complementarias. Hay que dar y recibir, sin renunciar a los “mínimos” que establecemos y por los que cada persona ha de saber que no va a pasar, a ningún precio.
A pesar de todo lo ya expuesto, es cierto que no resulta fácil detectar la dependencia emocional en la práctica, pero sí se pueden identificar señales que alertan de ella:
- La persona dependiente suele elegir a la pareja de una manera “impulsiva”, la conoce, le atrae y la elige como compañera, sin analizar hasta qué punto le aporta o se complementan.
- Conforme pasa el tiempo, se va convenciendo de que la necesita para seguir viviendo y que, de otra manera, no podría hacerlo. Porque se convence de que su valía depende de estar a su lado y que, si rompieran, nadie más podrá valorarla como esta lo hace.
- Se acepta vivir sin libertad, agradando a la pareja para que no se enfade y nunca la deje, en detrimento del bienestar propio.
- Se asume como normal vivir con esa tensión flotante, con el temor a que en cualquier momento todo se estropee y se termine.
- La relación se basa en una ansiedad sostenida y contenida, pues la persona dependiente desarrolla una actitud controladora hacia el otro para poder asegurarse de que no se irá.
- Se focaliza en el otro miembro, por lo que el resto de su vida pasa a un plano secundario al priorizarlo. Cuando quiere darse cuenta, ha abandonado sus aficiones, intereses personales, relaciones sociales e incluso familiares, entrando en un aislamiento que llegan a normalizar y justificar.
Es un proceso silencioso para el propio individuo, reforzado por el comportamiento de la persona de la que depende que, como hemos mencionado anteriormente, colabora con una actitud empoderada de ese mismo funcionamiento.
La triste realidad de este proceso es que, por lo general, la persona dependiente no reconoce estar sumida en una relación de dependencia hasta que no empieza a sufrir de una manera intensa las consecuencias que derivan de ella. Para entonces, su personalidad dependiente está muy instaurada y detectar y salir de esa dinámica no es fácil. Se consigue, por supuesto, con voluntad y esfuerzo. Pero hay que tener muy claro que no se quiere seguir viviendo bajo esos patrones de conducta y pensamiento, que se quiere vivir feliz y en paz.

Lo que suele ser más clarificador para que la persona dependiente reconozca que su relación no es sana emocionalmente, se produce cuando se hace consciente de que vive en un miedo permanente a que su presente cambie, es decir, que se rompa la pareja, y la angustia de pensar que no hay futuro más allá le ahoga. El miedo atroz a la soledad le desestabiliza, hasta el punto de entrar en pánico y agarrarse sin importar el precio, a lo que pueda tener en ese momento. Todo esto va jugando en contra del sano desarrollo personal del individuo, ya que encubre sus carencias a nivel personal con lo que busca recibir de la otra persona.
Para poder desprenderse de una relación de dependencia, la persona en cuestión ha de reconocer que esa dependencia existe y que no actúa libremente, para así pararse a identificar los diferentes focos de insatisfacción y reconducirlos. Es necesario trabajar en el fortalecimiento de la autoestima, tener claro qué se quiere y qué límites no se está dispuesto a pasar. Muy necesario para ello, reconocer en qué se ha equivocado uno mismo, para no repetirlo, porque también hay que tomar conciencia de que la propia felicidad depende de uno mismo, si no ha sido así antes al menos de aquí en adelante deberá serlo.
Una persona independiente puede querer estar en pareja, puede gustarle compartir su vida con otra persona. Eso no la hace dependiente. Siempre y cuando, no sea por necesidad de no poder estar sola. Sino por libre elección. Para ello, las personas deben poder y saber estar solas, vivir consigo sin huir de ellas mismas. Solo así, cuando conozcan a una persona con la que quieran estar en pareja, sabrán que lo hacen desde la libertad de no necesitarlas para vivir. Y apostarán por la relación poniendo los límites necesarios, porque si finalmente no va bien, la relación terminará y cada cual seguirá su camino de una manera sana. Solo en estos términos se puede disfrutar de una relación de pareja sana y equilibrada, en la que exista una codependencia positiva y constructiva.
