Impacto en nuestro cerebro de la incertidumbre ante la situación creada por el Coronavirus
Es indudable reconocer que las circunstancias que ahora mismo acontecen provocan en la sociedad un estado de incertidumbre al que no estamos acostumbrados.
En nuestro día a día somos personas rutinarias; tenemos horarios para trabajar, para comer, para hacer deporte incluso para estar con la familia. Esta organización es sana y sobre todo necesaria para poder funcionar de la manera más eficiente posible.
Nos da seguridad y sensación de control, nuestra mente necesita saber que es lo siguiente a lo que nos enfrentamos y nuestro cerebro necesita anticipar las situaciones. El cambio en cualquiera de estas rutinas puede afectarnos en mayor o menor medida dependiendo de muchos factores, factores cómo las características de personalidad, la rigidez, la capacidad de improvisación, etc.
El hecho de que las circunstancias nos impidan seguir haciendo una vida normal, hace que tengamos que adaptarnos a vivir de un modo que para nosotros no es el habitual. Para nuestra forma de funcionar y nuestra rutina, esto es una situación que podemos catalogar cómo “amenazante” y queda en nuestra mano saber gestionar y adaptarnos lo antes posible a estas circunstancias para que la percepción de una “amenaza” no se traduzca en respuestas de ansiedad.
Los estudios indican que los periodos o síndromes de adaptación pueden descomponerse en 3 fases:
- La primera es la fase de alerta. Cuando percibimos la situación como estresante y frente a la incertidumbre, el hipotálamo comienza a secretar la adrenalina, cuyo objetivo es suministrar la energía en caso de urgencia.
- La segunda fase es la fase defensa (o resistencia) que se activa solamente si el estrés se mantiene. Llega el momento en el que entendemos que tal situación puede prolongarse en el tiempo, para ello, nuestras glándulas suprarrenales secretan cortisol; con el objetivo de mantener constantes los niveles de glucosa y nutrir así el organismo.
- La fase de agotamiento (o de relajamiento) se instala si la situación persiste y es en este momento cuando podemos plantearnos la dicotomía de intentar cambiar la situación o nuestra percepción sobre la misma o seguir en este estado.
Resulta evidente, que lo que llamamos vida, no es más que un proceso constante de adaptación o ajuste al medio. Por ello, cuanto mayor ajuste requiera un evento (y esta situación lo requiere de forma extraordinaria) más estresante será.
Estos días, los pensamientos amenazantes revolotean por nuestra mente proporcionándonos sensaciones de vulnerabilidad, incertidumbre y miedo. No podemos olvidar, que el miedo es producto del pensamiento. El miedo, en todas sus formas, es pensamiento en acción dirigido a través del presente hacia el futuro, generándonos miedo por lo que pueda suceder. El miedo es el pensamiento moviéndose en el tiempo.
Por ello, dedemos ser conscientes que cada vez que construyamos una certeza de que un hecho irremediablemente siniestro va a pasar, no sabiendo cómo (o sabiéndolo) nos ocuparemos de producir, de buscar, de disparar (o como mínimo de no impedir) que algo de lo terrible y previsto nos pase realmente. Cuanta más energía concentras en intentar controlar tus miedos, más te controlan ellos a ti.
La buena noticia reside en que el mecanismo funciona también al revés: cuando creemos y confiamos en que se puede seguir adelante, nuestras posibilidades de avanzar se multiplican.
De ahí, que estando en el momento en el que estamos es imprescindible hablar de la palabra resiliencia. La palabra resiliencia hace referencia a la capacidad de recuperarse a una forma original después de estar sometido a altas presiones. No generando traumas ni estados depresivos mayores después de estas y no sólo no deformándose, sino también utilizando estas experiencias para aprender y salir fortalecido.
Es en este momento cuando nace el sentido del humor, la flexibilidad, la improvisación y la creatividad. Es esta capacidad la que nos permite desarrollar estrategias para ayudarnos a sobrellevar y reponernos ante las circunstancias difíciles.
Es por tanto fundamental y necesario que entendamos que el cerebro no tiene más contacto con el exterior que el que le proporcionamos nosotros mismos a través de nuestro cuerpo y nuestros sentidos, sabiendo esto es fácil entender que interpretará como amenazante o ansiógeno aquello que nosotros mismos interpretemos como amenazante o ansiógeno; y no aquello que veamos como una oportunidad.
Está claro entonces que las circunstancias que vivimos son objetivamente complicadas, pero queda de nuestra mano si queremos que nuestro cerebro lo interprete como una amenaza, desplegando toda la artillería para ese caso, o como una oportunidad de adaptación, de crecimiento, de conocimiento de nosotros mismos y de toma de conciencia de la importancia de las banalidades del día a día; lo cual indudablemente provocará un cambio en el cerebro tanto a nivel estructural como funcional que nos hará más resilientes y adaptativos en el futuro.
María José Zambrana. Neuropsicóloga Centro PsicosanitarioGaliani
Bibliografía: Duval, F., González, F., & Rabia, H. (2010). Neurobiología del estrés. Revista chilena de neuro-psiquiatría, 48(4), 307-318.
GUALA, S. (2005). De la perturbación psíquica a la adaptación: neurobiología de la Resiliencia. PsicofarmacologíaPsicodinámica IV: actualizaciones, 47-68.